sábado, 11 de febrero de 2017

Política.

Un país pendiente

Por: Carlos E. Torres Muñoz


(Parte I)
Marzo es un mes de recuerdo y compromiso para quiénes, de alguna forma, nos sentimos ligados a una de las figuras que más sentimientos de esperanza en deuda nos despierta en el México contemporáneo: Luis Donaldo Colosio Murrieta. El 6 de marzo se conmemora el discurso que, a manera de analogía histórica simplista, es nuestro “I have a dream” mexicano.
A partir de ese discurso en el que el entonces candidato del Partido Revolucionario Institucional hizo el dibujo más acabado de lo que sería su planteamiento a la nación, el país se encontró con el mensaje que esperaba, de una voz que quizá ya no lo esperaban.
Colosio, habrá que recordarlo, tuvo un arranque de campaña accidentado, curiosamente, a pesar de ser el hombre que encabezaba las simpatías sociales, por un año que comenzó tan mal como terminó: 1994. Aquél año que Carlos Fuentes denominó: el año que vivimos en peligro. Que arrancó con el levantamiento en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y terminó con el desastrosamente recordado error de diciembre.
Sin embargo, aquel discurso tuvo un efecto fortalecedor. Abrió un nuevo camino para reconocer en Colosio a un hombre con natural liderazgo y capacidad de comunicación colectiva, junto a contenido sustancial en sus palabras, que recorrieron las demandas de la sociedad, las deudas del sistema para con la historia y los compromisos olvidados, pero ineludibles de una revolución que se agotaba por su vejez, pero no por el cumplimiento de sus objetivos.
Ahí renació una campaña a la que, sin saberlo (salvo unos cuantos, aún inciertos), le restaban apenas menos de tres semanas.
Pero no es en la muerte en lo que reparo a unos días de la celebración de este discurso, sino en el contenido del mismo:
¿Alguien, hoy, ha dejado de ver a un México con hambre y sed de justicia? Sí alguien responde que sí, discúlpeme, es usted un cínico.
¿Está superado el México de los agravios? La voz de Colosio, aún nos dice, pendiente y presente: Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
La respuesta, que pudiera parecernos sencilla, es más compleja, merece más detenimiento y mayor responsabilidad, como actores políticos, y como ciudadanos a la hora de tomar decisiones respecto a nuestro futuro, individual y colectivo. Ante ello surge como preocupación vigente:
“¡México no quiere aventuras políticas! ¡México no quiere saltos al vacío! ¡México no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces. ¡México quiere democracia pero rechaza su perversión: la demagogia!”
Es importante retornar a esas ideas en estas fechas. La aventura política, el retroceso a las experiencias fallidas y el constante asecho de la demagogia, aparecen en cada rincón del país, como respuesta fácil para suplir los pendientes de la democracia electoral (no sustancial), a la que hemos arribado hace algunos años, advertirlo es una tarea que no puede dejarse por el costo que ésta represente.
¿No sigue siendo necesario en esta actualidad nuestra reformar el poder, hacer ajustes a nuestra arquitectura institucional, integrar nuevas dinámicas de relación institucional y ciudadana?
Aquel discurso proponía una reforma al poder, cuya base era esta frase: “Proponemos la reforma del poder para que exista una nueva relación entre el ciudadano y el Estado.”
¿Hay conformidad con la democracia, y su expresión instrumental, la forma de hacer política, en este México de 2016? Colosio expresaba: Debemos admitir que hoy necesitamos transformar la política para cumplirle a los mexicanos.
Frente a los procesos electorales, que se avecinan y los que aún estarán por venir ¿Qué debemos prevenir? La vergüenza de victorias que nos lleven a experiencias decepcionantes como la de Colima este año o como la de 2006. En 1994, expresaba este Luis Donaldo: Nuestras elecciones – y lo digo con pleno convencimiento – no tendrán vergüenzas qué ocultar.
Finalmente, ¿acaso no tenemos aún pendiente ganar en esta declaración de guerra?: “¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!”
Ahí está, para los propios y los extraños, una lista de pendientes bien definidos, descritos con la esperanza y el compromiso de un hombre al que no le quedó más que volverse referente de la esperanza que aún tenemos enfrente, de un país que aún tenemos pendiente. ■
@CarlosETorres_

(Parte II)
Decidí escribir estos dos artículos, titulados así: Un país pendiente, para dar pretexto al pronunciamiento de uno de los nombres cuyo significado en mi trayectoria más ha tenido arraigo, el de Luis Donaldo Colosio Murrieta, conciliando ambos textos con dos fechas emblemáticas de marzo, el último mes que su calendario abarcó.
El seis de marzo pronunció el discurso que aún nos es vigente, que nos exige respuesta, luego de veintidós años y que nos obliga a la autocrítica colectiva.
Y el veintitrés de ese mismo mes, en cuya tarde vimos descubrirse la cara cruenta que guardaba aún nuestra historia, en un triste y penoso recordatorio de que por más que nos sintiéramos en el futuro, ella seguía entre nosotros.
Leo y releo la narrativa del año 94, y no encuentro sino la ironía desesperanzadora rodeando al país. La respuesta de la fortuna para unos cuantos, que nos terminó aterrando a todos. Un año que, creyéndonos en la agonía de un siglo, retornamos de golpe a sus inicios. Es inevitable citar a Enrique Krauze, cuando dice que el sistema político mexicano nacido de la post-revolución, que surgió del asesinato de Álvaro Obregón en 1928, terminó de facto, con este otro sonorense asesinado en la víspera de su asunción al poder. Luego de ello no hubo quién no entendiera que el modelo de hacer política se había agotado, y que la transición democrática era inevitable e inaplazable.
Y recordar a Colosio, nos permite justamente, reiterar la importancia de la pluralidad, a la que difícilmente nos vamos acostumbrando en esta nuestra novísima democracia electoral. Cómo líder Colosio supo establecer diálogo con los diferentes para que, más allá de la soberbia de la cerrazón del régimen, lo caracterizaran la tolerancia y la apertura.
En México solo hay una excepción para el popular dicho “No hay muerto malo”, y es en el caso de los políticos. Es complejo voltear a las páginas recientes de nuestro pasado y descubrir notas que vistan de bondad y reconocimiento a los hombres dedicados a la vida pública. La muerte no ha maquillado las pasiones que despertaron determinados episodios nacionales, la memoria en ello, no ha perdonado a sus protagonistas. Curiosamente, Colosio, parece ser una excepción casi generalizada. Leo en Colosio, el futuro que no fue (Ediciones Proceso 2014), los relatos que le reconocen decencia y ánimo democratizador, de Alejandro Encinas y Julio Hernández López,  como antes leí a Andrés Manuel López Obrador (La mafia nos robó la Presidencia, 2006), en el que reconoce haber cenado con él días antes de su asesinato, lamentándose de la desgracia de lo que reconoce como un líder con diferencias “con los de arriba”.
Retornar a Colosio nos lleva a varias deudas: a la de sus ideales, a la de su inconformidad con la desigualdad, el autoritarismo y la corrupción. Nos sitúa en la ausencia de la comprensión de la pluralidad, sus ventajas y el reflejo mismo que ésta lo es de un país como México. Nos pone frente a nuestras intolerancias e incapacidades para el diálogo.
Y hay un país pendiente más, doloroso, terrible, indignante: el de la impunidad, el de la desconfianza y la inefectividad de nuestras instituciones encargadas de la procuración y administración de justicia. La terrible sensación de encontrarnos en la orfandad ante el delito, ante la desgracia que puede trastocar nuestras vidas y la de nuestros seres queridos en cualquier momento, sin que tengamos mínima certeza de una explicación sólida. Hoy aún tenemos un país pendiente frente a miles de familias mexicanas, que como la de Colosio, no solo no ha conocido la justicia, tampoco ha tenido razones, ni la tranquilidad que podría otorgarle confiar en las respuestas de la autoridad.
Cierro esta participación con las palabras de Diana Laura Riojas, valiente esposa de Colosio en el funeral de éste: “Las balas del odio, del rencor y de la cobardía, interrumpieron la vida de Luis Donaldo. Dieron fin abrupto a su existencia, pero no a las ideas por las que luchó.”
Quienquiera que haya sido el responsable de la muerte de este hombre, olvidó que las balas callarían esa voz que hizo eco de lo que todos veíamos, esa sensación que no solo no calló, sino que volvió imposible de ignorar, es la que aún hoy nos permite diagnosticar que tenemos un país pendiente. ■
@CarlosETorres_



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