Democracia: una realidad minimalista.
Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz.
La etapa histórica
de transición en México, permitió la transformación del Estado a partir de
múltiples reformas, que no sólo atendieron el tema electoral, aunque comúnmente
se suele reducir esta etapa de cambios a este apartado: en 1977 en que inició
la etapa de manera formal, no había en México las instituciones que hoy
tenemos, tanto políticas, como jurídicas, no solo se creó en los primeros
veinte años de dicha etapa el IFE, también nacieron la Comisión Nacional de
Derechos Humanos, el Banco Central ganó autonomía, el Poder Judicial y el
Legislativo sufrieron importantes cambios en su estructura que los hacen
totalmente diferentes. La arquitectura institucional del Estado Mexicano, se ha
enriquecido además con la creación de los Órganos Constitucionales Autónomos,
que se atienden temas específicos que antes estaban en la esfera del Poder
Ejecutivo y que hoy se encuentran en la órbita de los Tres Poderes, sin estar
sobre éstos, pero tampoco, sin sujetarse a sus mandatos.
Qué duda cabe de
que hemos avanzado en la conquista de derechos, tanto fáctica como formalmente.
Las elecciones han evolucionado de ser un mero trámite de legitimidad, a
verdaderos instrumentos de deliberación, confrontación de propuestas y
politización de la sociedad. Las seis libertades básicas de Dahl, están
cumplidas, cuando menos de manera formal, y fácticamente de forma parcial. Las
“Reglas del juego” de Bobbio, están hoy incrustadas en nuestra Constitución de
manera pormenorizada.
Sin embargo,
atendimos el procedimiento, o las recetas que otros países habían utilizado y
que les habían dado resultado (España, Portugal, algunos países de Europa del
Este), y obviamos los siglos de desarrollo económico y social que antecedieron
a la conquista y puesta en práctica de estos derechos civiles y políticos.
El resultado: un
desequilibrio de resultados. Democracia formal, sí; sustancial no. Los votos
cuentan y cuentan lo mismo; todo mexicano con edad para votar puede hacerlo;
las reglas son claras; hay equidad en la distribución de los recursos públicos
que se reparten por medio de la autoridad electoral para hacer proselitismo;
hay posibilidad de registrar partidos políticos para participar en las
elecciones; la Constitución tiene candados para evitar que las mayorías
(simples en este caso) arroyen a las minorías.
Sin embargo también
hay atroz desigualdad. Una estorbosa, dolosa y maldita corrupción por todas
partes. Un desinterés creciente. Una decepción limitante.
¿Porqué? Porque
fracasó el modelo surgido de la revolución luego del milagro mexicano,
desplomándose el crecimiento continuo en 1971 y sin concluir la primera tarea,
decidimos enfocarnos a la segunda: instaurar la democracia en una sociedad
desigual, olvidándonos u obviando lo dicho siglos antes por Montesquieu y
Toqueville: para que la democracia funcione es necesario que nadie esté
dispuesto, ni en la necesidad de vender su voto, frente a quiénes (que sin duda
los habrá) quieran comprarlo; y la condición material que permite la su éxito:
la igualdad social.
Ferrajoli, ha
concluido desde hace algunos años, que la democracia procedimental de O´Donnell
y Schmitter, es una definición minimalista, que solo abarca las características
formales y no sustanciales que debe contener la democracia, que a su vez Bovero
ha denominado como precondiciones de la democracia, es decir, el debido
cumplimiento de los derechos sociales, necesarios y sine qua non los
derechos civiles y políticos pueden funcionar, como son la educación, renta
básica, vivienda, etc.
Luego entonces
¿Tenemos democracia en México? Sí, es innegable ¿Esto es una verdadera
democracia? Depende de qué entendamos por el término, pero en sentido
procedimental, también ¿Funciona la democracia en México? No del todo, por dos
razones de origen: primero, la desigualdad que parece no reducirse, sino
incrementar; y porqué como diría Carlos Fuentes, en La Silla del Águila: “(…)
de los aztecas al PRI, con esa pelota nunca hemos jugado aquí”, aún debemos
entender hasta dónde llega la democracia: la pobreza, la desigualdad y la
marginación, no se resuelven per se con democracia, incluso,
deberían venir antes.
A los mexicanos nos
queda utilizar la democracia para abatir estos pendientes y otros, como la
corrupción. Pero debe entenderse, estos retos nos corresponden a todos, de
manera responsable e inteligente, utilizando la democracia y las instituciones
que nos hemos dado a favor, no desprestigiándolas (aunque nos beneficiemos de
ellas) e impugnando los avances en una penosa melancolía por un pasado que no
podrá volver a ser.
A las derechas,
centros e izquierdas: Este México es de todos, es responsabilidad de todos,
tarea de todos, propiedad de todos. Y todos, somos todos.
Caminemos juntos
con diferencias, utilicemos la pluralidad a favor. Pasar de la realidad
minimalista (a la que estamos atados por siglos de historia e incluso
tradiciones) en la que nos encontramos, no es una tarea sencilla, ni que
vayamos a cumplir en un par de décadas, depende de un compromiso de largo
alcance, al que solo llegaremos con respeto, civilidad, conciliación,
deliberación y visión de futuro colectiva.
En treinta años
logramos instaurar la democracia (procedimental) entre nosotros, con el empuje
de todos. Quizá en treinta logremos, con las mismas dificultades, pero a partir
de las mismas instituciones y medidas, podamos inaugurar la democracia
(sustantiva) en México.
Este artículo apareció en la versión impresa de La Jornada Zacatecas, el 11 de diciembre de 2014. ( http://ljz.mx/2014/12/11/democracia-una-realidad-minimalista/)
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