sábado, 11 de febrero de 2017

Democracia.

En defensa de la democracia

Por: Carlos E. Torres Muñoz



En todos lados la democracia electoral aún y en su concepción minimalista, ha permitido la formulación y conquista de nuevas modalidades de derechos de toda índole: civiles, políticos, sexuales, reproductivos, ambientales… y etcétera, todos derechos humanos.
Por supuesto: aún hace falta revestir de las garantías sociales mínimas a nuestro progreso jurídico-político, y dotar de herramientas prácticas a los preceptos constitucionales que la evolución de nuestra máxima norma ha traído consigo.

Sin embargo, no es menor lo que se ha avanzado en los últimos años. Aunque pareciera una certeza y obviedad la realidad política contemporánea, ésta es más reciente de lo que imaginamos. Cito un ejemplo: en la reveladora entrevista que el ex presidente Miguel de la Madrid otorgó a la periodista Carmen Aristegui en 2009, el político mexicano le expresó a su entrevistadora que no imaginó siquiera, en ningún momento, que el PRI pudiera perder la Presidencia de la República en 1988.

Apenas tres años antes de que le fuera reconocida la primera victoria para una gubernatura a un partido de oposición (en este caso al PAN), en Chihuahua, se había orquestado un fraude que llevó a la unión de todas las oposiciones participantes en aquél Estado, a un grupo nutrido de intelectuales y a distintos actores sociales, a manifestarse en contra, de lo que, en palabras del historiador Enrique Krauze, fue calificado como un “fraude patriótico”, en voz del entonces Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett.

¿Hay democracia en México? Se preguntan hoy no pocos mexicanos inteligentes, dudosos. Me desarmo con la idea de que sí, sí la hay Cada día más democracia mexicana, más nuestra, más a nuestro modo.

Ejemplo: avanzamos hacia el fin del tripartidismo en México con la elección intermedia de 2015: no sólo se trata del triunfo del primer Gobernador que llega a dicho cargo sin el auspicio formal (e imagino que real) de un partido político, sino también el surgimiento de franjas importantes de otras dos fuerzas políticas en las dos zonas metropolitanas más grandes del país: en el Distrito Federal, Morena y en Guadalajara MC, que prometen, cuando menos, ser competitivos en algunas gubernaturas en los próximos años, y quizá también, en 2018.

No puede omitirse el reto pendiente de nuestro desarrollo nacional: la desigualdad. Curiosamente los años en los que México ha disparado su crecimiento parecen ser, en los que no nos hemos concentrado más que en ello, evitando las disputas inherentes a la democracia: la lucha del poder y la confrontación de las distintas visiones que surgen de esta lucha. Sin embargo, la democracia, es (debe ser) compatible con la búsqueda de un desarrollo incluyente, que beneficie principalmente a quiénes más urgen condiciones de igualdad, al contrario, sostengo que es la democracia la que dará equidad a la distribución de los beneficios del progreso económico nacional.

Debemos encontrar la fórmula para que la ecuación nos funcione. En otras naciones, a las libertades políticas y civiles, han antecedido las garantías sociales. En México, no acabamos de construir ninguna, según parece, porque adolecimos del orden en los factores.

Estas precondiciones de la democracia (Bovero), son mínimos indispensables sí queremos dejar de ser demócratas con adjetivos.

Pero tampoco estamos donde estábamos, ni es deseable volver. El camino andado es ganancia y lo que nos falta por andar, es esperanza.

Además de la desigualdad la democracia en México se enfrenta a la corrupción, un cáncer que puede acabar con ella, llevándola a una agonía lastimera. Por ello quien se diga enemigo de ésta debe entender que el autoritarismo, el mesianismo, el voluntarismo, el caudillismo, el populismo, la opacidad y el caciquismo no son antónimos de corrupción, más bien se acercan a sinónimos.

En resumen, dos serios problemas, que parecieran ser congénitos en México, aquejan a la democracia y sus credenciales: la desigualdad y la corrupción. Hay quién se atreve a pensar, nítida pero evidentemente, que se pueden superar ambas complicaciones con menos democracia: no se equivoquen, al contrario, solo superaremos la desigualdad y venceremos a la corrupción, con más democracia.

Finalizo: Dejemos de pelear con la democracia, no se puede ser demócrata en la victoria y revolucionario en la derrota. La propia lógica democrática consiste en una incertidumbre cuyo resultado permite que, citando a Woldenberg, nadie gane ni pierda todo para siempre.

@CarlosETorres_

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