Con los ojos pelones: Democracia
oligárquica*.
Por: Carlos E. Torres Muñoz
“Hemos vivido con los
ojos pelones, sin saber qué hacer con la democracia”.
Carlos Fuentes. La silla
del águila.
Recientemente
el reconocido académico Lorenzo Meyer ha acuñado un adjetivo que, él mismo
reconoce, es antitético para definir a nuestra democracia: autoritaria. Formado
de dos conceptos que en teoría se oponen, su argumento es uno: México siempre
ha sido un híbrido entre democracia y autoritarismo. De la década de los
cincuenta a los ochenta es formalmente una democracia, pero en realidad no lo
es, dice en una reciente entrevista a la revista Este País[1].
Su
idea se encuentra basada en lo que él llama los elementos autoritarios
evidentes en el sistema electoral que le ha impedido a la izquierda llegar a la
titularidad del Ejecutivo Federal. Pasando la responsabilidad de los no pocos
errores de quien ha sido su repetido candidato al entramado institucional que
se ha construido y mejorado gracias justamente a las posturas y luchas de la
izquierda mexicana. No significa esto que neguemos las circunstancias que generaron
ilegitimidad y duda razonable en el 2006.
Sin
embargo me parece más atinada una segunda idea que también aporta el Doctor
Meyer: la nuestra se ha convertido en una democracia oligárquica, en la que las
alarmantes cifras de desigualdad hacen ineficaz el ejercicio de las libertades
políticas.
La
democracia occidental nace del liberalismo político, de origen, la desigualdad
contradice a éste. En un país con los niveles desproporcionados de distribución
del ingreso que tiene México el interés por la democracia, su defensa,
comprensión y plena vigencia, pasa a segundo término para quiénes no tienen ni
siquiera los niveles de bienestar mínimos.
Es
una realidad que en el entusiasmo de los primeros éxitos de la transición
olvidamos: el problema de la democracia no está exclusivamente en el diseño
jurídico e institucional, sino que abarca un conjunto de elementos base, sine
qua non, entre ellos por supuesto la seguridad social, alimentaria, económica,
pública y el largo etcétera de las inseguridades que sí tenemos.
La
alternancia no trajo a los mexicanos resultados palpables en todo esos rubros,
al contrario, agravó algunos, y con ello la pobre vocación democrática de
nuestro pueblo. Según el Latinobarómetro, en 2011, en México sólo el 40% de la
población prefería la democracia a cualquier otra forma de gobierno, nuestra
cifra solo superaba entonces a la de Guatemala.
Cuando
al demos no le interesa en quién recaiga el cratos, tenemos un problema incluso
etimológico. Y esa responsabilidad no es excluyente ¿A qué político le
confiaría usted su hambre?
Entre
mejores ingresos, más responsabilidades se le podrán exigir a la población.
Como también apunta Meyer en la citada entrevista, la inacción o las acciones
contrarias a la consolidación de la democracia hoy en México, no se le pueden
reclamar a un pueblo con necesidades básicas pendientes.
Cito un ejemplo para cerrar ésta primera reflexión:
las redes sociales se han convertido en un medio prolífico para la promoción y
defensa de la democracia en México. Sin embargo, de acuerdo con cifras de la
Asociación Mexicana de Internet (Amipci) para finales de 2012 había poco más de
45 millones de usuarios de internet en México, y cuando menos 70 millones sin
acceso al mismo. El INEGI reportaba para 2013 que 69.3% de los hogares
mexicanos no tenían conexión. Decimos en Twitter: #AsiNo
Lorenzo Meyer, siendo un excelente
Historiador identifica en nuestros orígenes la falta de raíces
democráticas. En efecto, México no es el heredero de una vocación
democrática como sí lo es Estados Unidos, en relación a Inglaterra. Nosotros
venimos del mestizaje forzado de varios pueblos guerreros, y de la católica y
autoritaria España. La democracia es un concepto ajeno a nuestras costumbres.
No hemos sabido qué hacer con ella cuando logramos que las élites la cedan, tal
fue el caso de Madero, o de Fox (sin que mencionarlos consecutivamente intente
siquiera una comparación, aclaro).
Muchos
derechos políticos y civiles que no nos eran reconocidos hoy lo son. Muchos
otros permanecen en la vía de consolidación. La transición en México no se
concreta ni se termina en un hecho. No es una etapa concluida, sino inconclusa.
Por supuesto que puede haber retrocesos, pero éstos se evitarán en la medida en
la que avancemos en mejoras de las condiciones sociales de la población en
marginación.
Lo
anterior puede sonar trillado, sin embargo, no deja de ser cierto, quizá lo que
debemos recordar es que no por repetirlo, dejará de ser.
El
autor amplifica su concepto en un libro que ha titulado: Nuestra
tragedia persiste: La democracia autoritaria en México (Debate, 2013).
El Doctor Lorenzo Meyer merece ser leído y debatido, como todo autor serio en
este país si de verdad aspiramos a la construcción de una cultura democrática
que predomine en nuestra convivencia cívica.
@CarlosETorres_
Publicado originalmente en el medio electrónico Pulso del Sur (http://www.pulsodelsur.com/nota/20844).
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