La
democracia mexicana: encrucijada post-transición
(Parte 1 de 3)
Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: octubre 06, 2015
en:
http://ljz.mx/2015/10/06/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-1-de-3/
Los
resultados del Latinobarómetro han traído consigo posturas variopintas: los hay
quiénes alarmistas, sonríen; los cínicos que bajan la mirada; los indiferentes
que no se sorprenden con la que parece una consecuencia lógica. Todos tienen
motivos.
La
redacción de estas participaciones tienen dos componentes: la primera dicho
estudio y su lectura más allá de los titulares mediáticos e incompletos; la
segunda las posturas académicas que, avanzadas en otros países, ya han
enfrentado dichas crisis de credibilidad, que no acaban en un personaje o
gobierno, sino que afectan a todo un sistema de gobierno, modelo de estado y
forma de vida: la democracia.
No es
cosa menor; sin ser contradictorio ni “cantinflear”: ni beneficia a largo plazo
a nadie, ni afecta directamente a uno sólo. Es una crisis sistémica que no
augura victorias de los buenos ni de los malos, porque simplemente no los hay.
Hay responsables comunes, y entre ellos caben todos (en mayor o menor medida)
los actores políticos mexicanos (y latinoamericanos en general) de los últimos
años. La actividad pública como espacio para el debate de ideas y posterior
solución de la problemática social no ha mejorado la percepción de la
ciudadanía de sus servidores y aspirantes a representarlos, al contrario ha
empeorado y con ello, más allá de lograr democratizar a la sociedad, la ha
desmoralizado.
El
empobrecimiento del aprecio por la democracia tiene que ver, por supuesto, con
una cuestión de resultados en los retos que han tenido los gobiernos frente a
sí y su incapacidad para afrontarlos con éxito, así como el fracaso de su
capacidad de comunicación entre gobernantes y gobernados; pero también se puede
atribuir al simplismo con el que se aborda la vida pública y sus conflictos; al
exceso del discurso voluntarista, que pareciera suponer que el gobierno
funciona por decisión y ánimo exclusivo de UN o pocos individuos; el
maniqueísmo en las posturas de unos y la falta de agilidad en el debate de
otros y finalmente, en la incapacidad de entender hoy a la política como una
actividad que merece, requiere y exige transparencia en una modalidad sencilla:
franqueza.
Explico
por partes el bombardeo textual que acabo de hacer:
Los
alarmistas que sonríen ante las pésimas cifras dadas a conocer por el
Latinobarómetro, suponen que son los ganadores de la desconfianza ciudadana,
sin percatarse que dicha desconfianza no sólo afecta y está dirigida a quiénes
hoy tienen la responsabilidad de representar al Estado (figuradamente), sino
que en un sentido amplio, cual es el concepto democracia, los incluye a ellos
también, factores pilares del sistema de reglas políticas que nos hemos dado a
lo largo de ya casi cuarenta años. La oposición es responsable enteramente de
la situación que hoy vive el país; la oposición de ayer, la de hoy y la del
mañana. Cuentan hoy con los medios suficientes para hacer funcionar los
mecanismos constitucionales y democráticos que impidan a cualquier fuerza ser
por sí misma mayoritaria sin minorías. Ha faltado astucia, humildad y
asimilación de lo que en la diplomacia es conocida como realpolitik:
entender la realidad política y considerarla en la estrategia para que en cada
cesión haya una concesión, y en cada acuerdo, dos voluntades satisfechas en
alguna medida.
Los
cínicos que bajan la mirada están en el lado opuesto. Saben que han ocasionado
el desprestigio de la confianza ciudadana depositada en ellos a través de los
mecanismos electorales, conjugando todas las reglas para que juntas sean un
cuerpo sin armonía, disfuncional, imposible de articular. En efecto, la
democracia recién instaurada trae consecuencias inmediatas de desilusión: no lo
soluciona todo, “apenas” alcanza a ser un mecanismo de elección de tomadores de
decisiones y luego, exigencia de cuentas a éstos; pero no es una garantía de
buenas decisiones; y en nuestro país apenas se encamina rumbo a la rendición de
cuentas y responsabilidades por acciones u omisiones. No hay forma de evadir
responsabilidad al respecto, solo aceptar que, “así es esto”.
Ni de
un lado ni del otro están todos, ni todos caben en las dos generalizaciones
descritas, que, admito, están alimentadas de percepciones empíricas y por
tanto, subjetivas.
El
tercer grupo, el de los indiferentes a los que no sorprende lo que parece
consecuencia lógica: el desgaste de la democracia, que no alcanza para terminar
con la desigualdad ofensiva en México y nuestro subcontinente; la pobreza inacabable,
el poco, casi imperceptible desarrollo. Aquí están desde quiénes, encumbrados
en la “superioridad intelectual”, el estudio y dominio de conocimientos,
suponían que esto llegaría, cómodos en sus cómodas, hasta quiénes creyendo que
el cambio vendría de algún lado y usaría por puerta el voto, los movimientos
sociales y la transición democrática como concepto que abarca todo y, para
ellos, ha alcanzado nada, perdieron hace tiempo ya la esperanza de algo cercano
a lo que creyeron consecuencia de su entusiasmo.
Las
descripciones han hecho vacío del verdadero problema: a ninguno de los tres
grupos les es preocupante consciente, cierta y angustiosamente, la situación.
Ven lejana una consecuencia de esto, que no los beneficie (en el primer caso);
los afecte (en el segundo); les importe o repercuta de verdad (los terceros).
Por ello los que quepan en cualquiera de las tres no nos ayudan, porque la
crisis sistémica en que podrían culminar tan preocupantes cifras a nadie
beneficiará, a todos afectará y no habrá ámbito o lugar en el que no repercuta.
La
democracia mexicana: encrucijada post-transición (parte 2 de 3)
Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: octubre 22, 2015
en:
http://ljz.mx/2015/10/22/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-2-de-3/
La
democracia mexicana, junto a muchas otras en el mundo, vive un momento difícil
en su reputación. Se trata de un conflicto que va más allá del momento, que
deberíamos ver con perspectiva histórica, cultural y en comparativa. No sólo se
trata de las instituciones y su diseño, sino de nuestras propias raíces
sociales.
El
Latinobarómetro, en su edición 2015, la número veinte, ha realizado ido más
allá de los datos que hablan sobre democracia en el subcontinente, también
abordan esta vez temas como la cultura y el aprecio de los habitantes de esta
región por los valores.
Por
ejemplo, han descubierto que el valor de libertad tiene poco aprecio en
nuestros países, y que no sólo eso, sino que es el que menos ha crecido
recientemente, dice el informe:
“El
valor de la libertad está limitado por las costumbres. A diferencia de otras
regiones del mundo, donde junto con crecer económicamente, ha aumentado el peso
de la libertad, América Latina, ha crecido sin aumentar sustantivamente el peso
de la libertad, sin desmantelar las tradiciones y costumbres que la limitan.
Hay demanda de democracia, aumenta el valor de la igualdad, pero el valor de la
libertad no crece. Lo que aumenta es la demanda por las garantías sociales”.
Es
evidente, tanto en el mundo teórico, como en el de la realidad, que la
democracia es y sólo puede ser a partir de la libertad. Que ésta es la base
fundamental para que aquélla se desarrolle, sea apreciada, no sólo como el acto
de una elección o decisión determinada en un lapso, para nombrar representantes.
La democracia es un sistema de vida que va más allá de las elecciones, está
íntimamente ligada a la dignidad humana, su respeto y promoción, no sólo de la
propia, sino también de la ajena. En este sentido, la percepción social está
supuesta en sentido contrario. Las garantías sociales, como bien lo menciona el
párrafo transcrito, junto a la demanda de democracia, no alcanzan una función
completa sin la libertad.
Es
fenómeno que podríamos comparar con la etapa post-revolucionaria en nuestro
país. A la conquista de derechos sociales y garantías de determinados grupos y
sectores no se le agregó el respeto, la promoción o la simple tolerancia de la
libertad y los derechos derivados de ésta. El resultado fue una asfixia que
llevó a movimientos como los de los ferrocarrileros, los doctores o los
estudiantes, todos reprimidos ante la exasperación de las élites por
incomprensión de la libertad como oxígeno a toda sociedad. Lo sostengo: la
democracia es imperfecta y limitada sin garantías sociales, pero es simplemente
imposible sin libertad.
Cito a
Octavio Paz, en su célebre Laberinto de la soledad:
“El
carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales
imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas
circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del
pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada
e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a
perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado
suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar
de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la
violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos
–vicio que no ha desparecido todavía- y finalmente el escepticismo y la
resignación del pueblo, hoy más visibles que nunca debido a las sucesivas
desilusiones posrevolucionarias, completaría esta explicación histórica”.
No
estamos condenados a repetir la historia, si la aceptamos y nos aceptamos con
franqueza con todo y orígenes. Requerimos apostar más por la consolidación
democrática, aceptar que nos dimos instituciones para formalizarla y
encausarla, pero que aún nos falta el componente más importante: conciencia
pública para ejercer a plenitud los derechos y deberes cívicos.
Por
supuesto que ello tiene que ver con el desarrollo social y cerrar la brecha
enorme de desigualdad que nos divide a unos muchos de unos pocos. Pero la
democracia no promete, aunque la requiera, igualdad social, ni mejora
económica. Debemos, sí, utilizarla para alcanzar ambas, pero no reprocharle a
aquella que no nos las haya traído por sí misma.
La
transición nos dio la oportunidad de construir un cuerpo normativo e
institucional suficiente como para que podamos practicar a cabalidad, como en
cualquier país con una historia democrática de siglos, las libertades civiles y
políticas que conquistamos en estos últimos cuarenta años, ha llegado el
momento de formar ciudadanía, de incentivar a la participación y no a la
apatía.
La
democracia, con todos sus instrumentos (libertades, activismo político,
participación cívica, rendición de cuentas, etc.), es el camino. La demagogia,
con todos sus vicios (irracionalidad, irresponsabilidad, populismo –sí,
populismo-, opacidad, parcialidad, injusticia, etc.) es el extravío.
La
democracia mexicana: encrucijada post-transición (Parte 3 de 3)
Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: noviembre 04, 2015
en:
http://ljz.mx/2015/11/04/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-3-de-3/
Hay un
tema pendiente en estas líneas y es la de asumir que el momento que vive el
país en relación con la democracia es el de post-transición. Regreso sobre este
tema aprovechando la presentación del libro El mito de la
transición de John Ackerman en Zacatecas, a la que asistí y cuya
lectura me tiene ocupado en recientes días, aunque no será en esta
participación en la que me refiera a él, sino solo y de manera indirecta a su
principal hipótesis, misma que le da título a la obra.
El
debate respecto al momento de la transición en el que nos encontramos ha sido
sostenido durante años desde la alternancia suscitada en 2000, mismo que no
culminamos por la divergencia de, cuando menos, tres posturas: los que suponen
que dicho suceso culminó con la transición e inauguró la democracia; los que
afirman que la democracia ya se encontraba ahí antes de la elección de dicho
año y que esto mismo fue lo que permitió el resultado y una entrega del Poder
político en términos más o menos institucionales y jurídicamente aceptables; y
quiénes suponen que ni éste ni ningún otro hecho suscitado hasta el momento en
el país nos permiten afirmar que nos encontramos en una democracia, sino
apenas, en el mejor de los casos, en su construcción.
Todo
depende de la idea que tengamos por transición y el punto culminante que
pongamos a ésta. Hay casi un consenso en cuanto a la definición de transición,
dada por O’Donnell y Schmitter: “el intervalo que se extiende entre un régimen
político y otro”.
Ninguno
de los luchadores por la democracia que se exprese con franqueza en este país
podría decir que el régimen político prevaleciente en 1968 es idéntico al de
hoy.
Es
importante señalar que las transiciones tienen cuando menos tres momentos:
liberalización, democratización y consolidación. La primera tiene que ver con
el acto de apertura del régimen al diálogo con la oposición y la conquista y el
reconocimiento de derechos civiles y políticos, entre otras características; la
segunda con la competencia en las elecciones y el reconocimiento de la victoria
de otras fuerzas políticas ajenas y opositoras al oficialismo.
Finalmente, la
consolidación se caracteriza por el mantenimiento de estas características y,
desde mi particular punto de vista, con una apropiación de los valores
democráticos por parte de la ciudadanía que ha de ejercer sus derechos
políticos.
Pareciera
ser innegable la existencia las dos primeras etapas en la historia reciente
mexicana: la liberalización a partir de la reforma política de 1977 y sus
subsecuentes, pasando por el rediseño de figuras tan importantes como lo
relativo a justicia penal, derechos humanos y amparo. De la democratización
podríamos hablar a partir de 1988 con la victoria de los primeros senadores de
oposición en el Distrito Federal y Michoacán, del entonces Frente Nacional
Democrático, y luego su confirmación en 1989 con la victoria del primer
Gobernador de oposición en Baja California, proveniente de las filas de Acción
Nacional, pasando por otras victorias en manos de los dos principales partidos
de oposición, hasta 1997 y 2000.
Ahora
bien, la consolidación, supone la etapa que más desacuerdos nos presenta.
El autor que atinó al diagnóstico del régimen mexicano post-revolucionario,
Juan Linz, uno de los politólogos más reconocidos en materia de transiciones en
el mundo, especialmente las referidas a América Latina, escribió:
(…)
una definición maximalista de consolidación haría casi imposible decir que
cualquier régimen democrático está ya completamente consolidado y llevaría a
que las crisis futuras se expliquen como resultado del fracaso de la
consolidación, en vez de por la incapacidad del régimen para hacerles frente
(…)
Hay
quienes sostienen estrictas exigencias a la transición mexicana, al punto tal
de negarla toda, sin reparo en los avances, deteniéndose solo en sus faltantes.
Ninguna democracia en el mundo real es similar a la que aspiran teórica y
utópicamente. De que nos falta nos falta, de que hemos avanzando, también lo
hemos logrado.
Concluyo:
La democracia no es la que vive una crisis en México, sino los mecanismos de
rendición de cuentas y vinculación entre gobernados y gobernantes. Tal como lo
demuestran las cifras de mexicanos que desconfían de las instituciones, de la
existencia de un efectivo Estado de Derecho y la desconfianza creciente en los actores
públicos, del partido o ideología que sea.
La
crisis no está en los valores democráticos en sí, ni la aspiración que éstos
suscitan y mucho menos la idea de una sociedad en plena comunicación,
comprensión e involucramiento de las decisiones de su gobierno, con leyes,
instituciones y políticas públicas sólidas, congruentes y justas.
Lo que
está en crisis es el modelo anterior de ejercer la política, desde todos los
ámbitos de poder, que no acaba de asentarse en la clase política del país, sus
formas, actitudes, reacciones y relaciones, tanto al interior de la misma, como
con la ciudadanía.
Ahí
tenemos la verdadera crisis. Para salvarnos de esta crisis necesitamos tanto
funcionarios y servidores públicos receptivos, analíticos, autocríticos y
abiertos a la pluralidad y nueva realidad del país, como una ciudadanía con
mucha inconformidad creativa y con iniciativa cívica, a fin de que pronto todos
entendamos que: sin los ciudadanos en cada paso, decisión, acto público y en
el diseño e implementación de las políticas de parte de a quiénes hemos
electo para representarnos: NO. ■
@CarlosETorres_
En La Jornada Zacatecas (www.ljz.mx)
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