sábado, 11 de febrero de 2017

Democracia

La democracia mexicana: encrucijada post-transición


(Parte 1 de 3)
Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: octubre 06, 2015
en: http://ljz.mx/2015/10/06/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-1-de-3/


Los resultados del Latinobarómetro han traído consigo posturas variopintas: los hay quiénes alarmistas, sonríen; los cínicos que bajan la mirada; los indiferentes que no se sorprenden con la que parece una consecuencia lógica. Todos tienen motivos.

La redacción de estas participaciones tienen dos componentes: la primera dicho estudio y su lectura más allá de los titulares mediáticos e incompletos; la segunda las posturas académicas que, avanzadas en otros países, ya han enfrentado dichas crisis de credibilidad, que no acaban en un personaje o gobierno, sino que afectan a todo un sistema de gobierno, modelo de estado y forma de vida: la democracia.

No es cosa menor; sin ser contradictorio ni “cantinflear”: ni beneficia a largo plazo a nadie, ni afecta directamente a uno sólo. Es una crisis sistémica que no augura victorias de los buenos ni de los malos, porque simplemente no los hay. Hay responsables comunes, y entre ellos caben todos (en mayor o menor medida) los actores políticos mexicanos (y latinoamericanos en general) de los últimos años. La actividad pública como espacio para el debate de ideas y posterior solución de la problemática social no ha mejorado la percepción de la ciudadanía de sus servidores y aspirantes a representarlos, al contrario ha empeorado y con ello, más allá de lograr democratizar a la sociedad, la ha desmoralizado.

El empobrecimiento del aprecio por la democracia tiene que ver, por supuesto, con una cuestión de resultados en los retos que han tenido los gobiernos frente a sí y su incapacidad para afrontarlos con éxito, así como el fracaso de su capacidad de comunicación entre gobernantes y gobernados; pero también se puede atribuir al simplismo con el que se aborda la vida pública y sus conflictos; al exceso del discurso voluntarista, que pareciera suponer que el gobierno funciona por decisión y ánimo exclusivo de UN o pocos individuos; el maniqueísmo en las posturas de unos y la falta de agilidad en el debate de otros y finalmente, en la incapacidad de entender hoy a la política como una actividad que merece, requiere y exige transparencia en una modalidad sencilla: franqueza.

Explico por partes el bombardeo textual que acabo de hacer:
Los alarmistas que sonríen ante las pésimas cifras dadas a conocer por el Latinobarómetro, suponen que son los ganadores de la desconfianza ciudadana, sin percatarse que dicha desconfianza no sólo afecta y está dirigida a quiénes hoy tienen la responsabilidad de representar al Estado (figuradamente), sino que en un sentido amplio, cual es el concepto democracia, los incluye a ellos también, factores pilares del sistema de reglas políticas que nos hemos dado a lo largo de ya casi cuarenta años. La oposición es responsable enteramente de la situación que hoy vive el país; la oposición de ayer, la de hoy y la del mañana. Cuentan hoy con los medios suficientes para hacer funcionar los mecanismos constitucionales y democráticos que impidan a cualquier fuerza ser por sí misma mayoritaria sin minorías. Ha faltado astucia, humildad y asimilación de lo que en la diplomacia es conocida como realpolitik: entender la realidad política y considerarla en la estrategia para que en cada cesión haya una concesión, y en cada acuerdo, dos voluntades satisfechas en alguna medida.

Los cínicos que bajan la mirada están en el lado opuesto. Saben que han ocasionado el desprestigio de la confianza ciudadana depositada en ellos a través de los mecanismos electorales, conjugando todas las reglas para que juntas sean un cuerpo sin armonía, disfuncional, imposible de articular. En efecto, la democracia recién instaurada trae consecuencias inmediatas de desilusión: no lo soluciona todo, “apenas” alcanza a ser un mecanismo de elección de tomadores de decisiones y luego, exigencia de cuentas a éstos; pero no es una garantía de buenas decisiones; y en nuestro país apenas se encamina rumbo a la rendición de cuentas y responsabilidades por acciones u omisiones. No hay forma de evadir responsabilidad al respecto, solo aceptar que, “así es esto”.

Ni de un lado ni del otro están todos, ni todos caben en las dos generalizaciones descritas, que, admito, están alimentadas de percepciones empíricas y por tanto, subjetivas.

El tercer grupo, el de los indiferentes a los que no sorprende lo que parece consecuencia lógica: el desgaste de la democracia, que no alcanza para terminar con la desigualdad ofensiva en México y nuestro subcontinente; la pobreza inacabable, el poco, casi imperceptible desarrollo. Aquí están desde quiénes, encumbrados en la “superioridad intelectual”, el estudio y dominio de conocimientos, suponían que esto llegaría, cómodos en sus cómodas, hasta quiénes creyendo que el cambio vendría de algún lado y usaría por puerta el voto, los movimientos sociales y la transición democrática como concepto que abarca todo y, para ellos, ha alcanzado nada, perdieron hace tiempo ya la esperanza de algo cercano a lo que creyeron consecuencia de su entusiasmo.

Las descripciones han hecho vacío del verdadero problema: a ninguno de los tres grupos les es preocupante consciente, cierta y angustiosamente, la situación. Ven lejana una consecuencia de esto, que no los beneficie (en el primer caso); los afecte (en el segundo); les importe o repercuta de verdad (los terceros). Por ello los que quepan en cualquiera de las tres no nos ayudan, porque la crisis sistémica en que podrían culminar tan preocupantes cifras a nadie beneficiará, a todos afectará y no habrá ámbito o lugar en el que no repercuta.


La democracia mexicana: encrucijada post-transición (parte 2 de 3)

Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: octubre 22, 2015
en: http://ljz.mx/2015/10/22/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-2-de-3/


La democracia mexicana, junto a muchas otras en el mundo, vive un momento difícil en su reputación. Se trata de un conflicto que va más allá del momento, que deberíamos ver con perspectiva histórica, cultural y en comparativa. No sólo se trata de las instituciones y su diseño, sino de nuestras propias raíces sociales.

El Latinobarómetro, en su edición 2015, la número veinte, ha realizado ido más allá de los datos que hablan sobre democracia en el subcontinente, también abordan esta vez temas como la cultura y el aprecio de los habitantes de esta región por los valores.

Por ejemplo, han descubierto que el valor de libertad tiene poco aprecio en nuestros países, y que no sólo eso, sino que es el que menos ha crecido recientemente, dice el informe:
“El valor de la libertad está limitado por las costumbres. A diferencia de otras regiones del mundo, donde junto con crecer económicamente, ha aumentado el peso de la libertad, América Latina, ha crecido sin aumentar sustantivamente el peso de la libertad, sin desmantelar las tradiciones y costumbres que la limitan. Hay demanda de democracia, aumenta el valor de la igualdad, pero el valor de la libertad no crece. Lo que aumenta es la demanda por las garantías sociales”.

Es evidente, tanto en el mundo teórico, como en el de la realidad, que la democracia es y sólo puede ser a partir de la libertad. Que ésta es la base fundamental para que aquélla se desarrolle, sea apreciada, no sólo como el acto de una elección o decisión determinada en un lapso, para nombrar representantes. La democracia es un sistema de vida que va más allá de las elecciones, está íntimamente ligada a la dignidad humana, su respeto y promoción, no sólo de la propia, sino también de la ajena. En este sentido, la percepción social está supuesta en sentido contrario. Las garantías sociales, como bien lo menciona el párrafo transcrito, junto a la demanda de democracia, no alcanzan una función completa sin la libertad.

Es fenómeno que podríamos comparar con la etapa post-revolucionaria en nuestro país. A la conquista de derechos sociales y garantías de determinados grupos y sectores no se le agregó el respeto, la promoción o la simple tolerancia de la libertad y los derechos derivados de ésta. El resultado fue una asfixia que llevó a movimientos como los de los ferrocarrileros, los doctores o los estudiantes, todos reprimidos ante la exasperación de las élites por incomprensión de la libertad como oxígeno a toda sociedad. Lo sostengo: la democracia es imperfecta y limitada sin garantías sociales, pero es simplemente imposible sin libertad.

Cito a Octavio Paz, en su célebre Laberinto de la soledad:
“El carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desparecido todavía- y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visibles que nunca debido a las sucesivas desilusiones posrevolucionarias, completaría esta explicación histórica”.

No estamos condenados a repetir la historia, si la aceptamos y nos aceptamos con franqueza con todo y orígenes. Requerimos apostar más por la consolidación democrática, aceptar que nos dimos instituciones para formalizarla y encausarla, pero que aún nos falta el componente más importante: conciencia pública para ejercer a plenitud los derechos y deberes cívicos.

Por supuesto que ello tiene que ver con el desarrollo social y cerrar la brecha enorme de desigualdad que nos divide a unos muchos de unos pocos. Pero la democracia no promete, aunque la requiera, igualdad social, ni mejora económica. Debemos, sí, utilizarla para alcanzar ambas, pero no reprocharle a aquella que no nos las haya traído por sí misma.

La transición nos dio la oportunidad de construir un cuerpo normativo e institucional suficiente como para que podamos practicar a cabalidad, como en cualquier país con una historia democrática de siglos, las libertades civiles y políticas que conquistamos en estos últimos cuarenta años, ha llegado el momento de formar ciudadanía, de incentivar a la participación y no a la apatía.

La democracia, con todos sus instrumentos (libertades, activismo político, participación cívica, rendición de cuentas, etc.), es el camino. La demagogia, con todos sus vicios (irracionalidad, irresponsabilidad, populismo –sí, populismo-, opacidad, parcialidad, injusticia, etc.) es el extravío.  




La democracia mexicana: encrucijada post-transición (Parte 3 de 3)
Por: Carlos E. Torres Muñoz
Fecha: noviembre 04, 2015
en: http://ljz.mx/2015/11/04/la-democracia-mexicana-encrucijada-post-transicion-parte-3-de-3/


Hay un tema pendiente en estas líneas y es la de asumir que el momento que vive el país en relación con la democracia es el de post-transición. Regreso sobre este tema aprovechando la presentación del libro El mito de la transición de John Ackerman en Zacatecas, a la que asistí y cuya lectura me tiene ocupado en recientes días, aunque no será en esta participación en la que me refiera a él, sino solo y de manera indirecta a su principal hipótesis, misma que le da título a la obra.

El debate respecto al momento de la transición en el que nos encontramos ha sido sostenido durante años desde la alternancia suscitada en 2000, mismo que no culminamos por la divergencia de, cuando menos, tres posturas: los que suponen que dicho suceso culminó con la transición e inauguró la democracia; los que afirman que la democracia ya se encontraba ahí antes de la elección de dicho año y que esto mismo fue lo que permitió el resultado y una entrega del Poder político en términos más o menos institucionales y jurídicamente aceptables; y quiénes suponen que ni éste ni ningún otro hecho suscitado hasta el momento en el país nos permiten afirmar que nos encontramos en una democracia, sino apenas, en el mejor de los casos, en su construcción.

Todo depende de la idea que tengamos por transición y el punto culminante que pongamos a ésta. Hay casi un consenso en cuanto a la definición de transición, dada por O’Donnell y Schmitter: “el intervalo que se extiende entre un régimen político y otro”.

Ninguno de los luchadores por la democracia que se exprese con franqueza en este país podría decir que el régimen político prevaleciente en 1968 es idéntico al de hoy.

Es importante señalar que las transiciones tienen cuando menos tres momentos: liberalización, democratización y consolidación. La primera tiene que ver con el acto de apertura del régimen al diálogo con la oposición y la conquista y el reconocimiento de derechos civiles y políticos, entre otras características; la segunda con la competencia en las elecciones y el reconocimiento de la victoria de otras fuerzas políticas ajenas y opositoras al oficialismo. 

Finalmente, la consolidación se caracteriza por el mantenimiento de estas características y, desde mi particular punto de vista, con una apropiación de los valores democráticos por parte de la ciudadanía que ha de ejercer sus derechos políticos.

Pareciera ser innegable la existencia las dos primeras etapas en la historia reciente mexicana: la liberalización a partir de la reforma política de 1977 y sus subsecuentes, pasando por el rediseño de figuras tan importantes como lo relativo a justicia penal, derechos humanos y amparo. De la democratización podríamos hablar a partir de 1988 con la victoria de los primeros senadores de oposición en el Distrito Federal y Michoacán, del entonces Frente Nacional Democrático, y luego su confirmación en 1989 con la victoria del primer Gobernador de oposición en Baja California, proveniente de las filas de Acción Nacional, pasando por otras victorias en manos de los dos principales partidos de oposición, hasta 1997 y 2000.

Ahora bien,  la consolidación, supone la etapa que más desacuerdos nos presenta. El autor que atinó al diagnóstico del régimen mexicano post-revolucionario, Juan Linz, uno de los politólogos más reconocidos en materia de transiciones en el mundo, especialmente las referidas a América Latina, escribió:

(…) una definición maximalista de consolidación haría casi imposible decir que cualquier régimen democrático está ya completamente consolidado y llevaría a que las crisis futuras se expliquen como resultado del fracaso de la consolidación, en vez de por la incapacidad del régimen para hacerles frente (…)

Hay quienes sostienen estrictas exigencias a la transición mexicana, al punto tal de negarla toda, sin reparo en los avances, deteniéndose solo en sus faltantes. Ninguna democracia en el mundo real es similar a la que aspiran teórica y utópicamente. De que nos falta nos falta, de que hemos avanzando, también lo hemos logrado.

Concluyo: La democracia no es la que vive una crisis en México, sino los mecanismos de rendición de cuentas y vinculación entre gobernados y gobernantes. Tal como lo demuestran las cifras de mexicanos que desconfían de las instituciones, de la existencia de un efectivo Estado de Derecho y la desconfianza creciente en los actores públicos, del partido o ideología que sea.

La crisis no está en los valores democráticos en sí, ni la aspiración que éstos suscitan y mucho menos la idea de una sociedad en plena comunicación, comprensión e involucramiento de las decisiones de su gobierno, con leyes, instituciones y políticas públicas sólidas, congruentes y justas.
Lo que está en crisis es el modelo anterior de ejercer la política, desde todos los ámbitos de poder, que no acaba de asentarse en la clase política del país, sus formas, actitudes, reacciones y relaciones, tanto al interior de la misma, como con la ciudadanía.

Ahí tenemos la verdadera crisis. Para salvarnos de esta crisis necesitamos tanto funcionarios y servidores públicos receptivos, analíticos, autocríticos y abiertos a la pluralidad y nueva realidad del país, como una ciudadanía con mucha inconformidad creativa y con iniciativa cívica, a fin de que pronto todos entendamos que: sin los ciudadanos en cada paso, decisión, acto público y en el  diseño e implementación de las políticas de parte de a quiénes hemos electo para representarnos: NO.

@CarlosETorres_



En La Jornada Zacatecas (www.ljz.mx

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