sábado, 11 de febrero de 2017

Democracia.

La respuesta fácil.*
Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz. 
La resignación es una de nuestras virtudes populares. Octavio Paz. El laberinto de la soledad.

He venido sosteniendo hace meses, que en México, la democracia nos ha parecido siempre, más un sistema engañoso que virtuoso. Sin los antecedentes libertarios de la cultura inglesa o américa anglosajona, la vemos más bien como una estrategia para que las élites se legitimen en el uso del poder, no para que las bases hagan una rotación de éstas de acuerdo a sus intereses.

Quizá la más reciente excepción ha sucedido en la etapa de la transición, en la que, luego de décadas de hablar de las múltiples virtudes de la democracia, la terminamos vistiendo de remedio infalible a todos nuestros males ¿el resultado? Un desencanto agresivo. La democracia y las elecciones no son hoy un acontecimiento constitutivo de esperanza, sino de irritación, molestia, fastidio.

Consolidamos, sin duda, un sistema democrático de reglas claro, excesivamente definido, que acota hasta el extremo las conductas institucionales y particulares en la participación electoral. Lo que también ha convertido a nuestras elecciones en un desfile tedioso, poco llamativo y mecánico. Sin embargo, no consideramos los elementos clave e inherentes para que la libertad sea una realidad, y con ella, la posibilidad de la democracia.

Construimos una casa sin cimientos. Obviamos lo que Michelangelo Bovero llama las precondiciones de la democracia, es decir, los derechos sociales básicos que aseguran un nivel mínimo de bienestar, desde el cual, una vez cubiertas las necesidades básicas individuales y comunes, se puede ir al segundo plano, el de organización, deliberación, solidaridad y participación conjunta. Quizá lo anterior tenga una explicación en  quiénes dirigieron nuestro proceso de transición: una clase media, beneficiaria de los años de crecimiento económico y desarrollo post-revolucionario.

El desencanto de la democracia, ha venido pues, al enterarnos, luego de comprarla, que es “tan sólo” un conjunto de reglas para decidir quién decide, no qué decide; y que per se ésta no resuelve problemas sociales, sino que nos invita a que todos participemos en la elaboración e implementación de la estrategia para resolverlos.

Sin embargo para que todos acudamos a una invitación como ésa, es necesario que antes tengamos resueltos temas vitales: alimento, vivienda, salud, educación, transporte, entre otros. Sin éstos, la democracia se vuelve en asunto de segunda importancia, o nula si no se goza de un nivel mínimo de bienestar.

La invitación es votar para lograr bienestar; una ecuación irresuelta a priori. Solo teniendo un nivel aceptable de bienestar se puede acudir a votar. Solo con determinados derechos garantizados en la realidad, más allá de nuestro robusto cuerpo normativo, podemos entender, participar, apreciar y defender a la democracia y lo que se ha vuelto su elemento práctico más común: las elecciones.

La cómoda irresponsabilidad.

No creo que a quiénes ningún nivel de bienestar ha dado este país, pueda el Estado exigirles participación cívica. Sí hay que incitarlos, exhortarlos, invitarlos, animar la participación, la expresión política, la cultura democrática. Pero no exigirles, mucho menos juzgarles su falta de interés en un tema que, en urgencia de supervivencia, se vuelve trivial.  Es válido en este caso para ellos, dejar pasar lo importante por lo urgente.

Pero sí es una irresponsabilidad que quiénes gozando de un nivel mínimo de bienestar promueven lo contrario: la abstención, la anulación del voto o sencillamente el desprecio por la democracia. Porque a éstos sí se puede exigir la obligación ciudadana que tenemos de participar, en cualquier sentido, con razones y actitud democrática.

No votar no solo es una irresponsabilidad, como protesta, es una respuesta fácil. Es no asistir a la fiesta democrática y dejar que a quiénes buscamos reclamar la disfruten sin nosotros, sin nuestra voz inconforme. Es consolidar el status quo, no derribarlo. En nuestro sistema de reglas electorales cuentan los votos válidos, no la abstención, ni los votos nulos. Sí los indignados dejan de votar, solo decidirán los conformes. Punto.

Porque la omisión, no es un reclamo, es una ausencia que anula nuestra voz y que da volumen a quiénes sí se expresan.  Votar nos da voz, no hacerlo, permite a quiénes siempre hablan, seguirlo haciendo.

No se trata tampoco, de que la clase política y gobernante nos impongan sus reglas, sus candidatos, sus propuestas y sus opciones, mientras la ciudadanía se allana ante ello. En lo absoluto: hay que cuestionarlos, exigirles, involucrarlos en la temática que la sociedad civil requiera en la agenda y utilizar el momento a favor de la comunidad y sus urgencias.

Hoy hay muchas más herramientas de las que gozamos nunca antes para hacer esto. Hay que explotarlas. En lugar de desgastarnos por la inconformidad silenciosa, a la que algunos nos invitan no votando, deberíamos invertirle tiempo a la promoción de iniciativas como Voto Informado que promueve la UNAM (
http://www.votoinformado.unam.mx/) ó 3 de 3 de Transparencia Mexicana, pidiendo a nuestros candidatos que presenten sus tres declaraciones: Patrimonial, de Impuestos y de Intereses.

Hoy la mejor forma de inconformarse es participando, no sentados. Podemos, hoy como nunca, incidir de manera definitiva, no sólo en la elección de nuestros representantes, sino también de su agenda, de sus conductas políticas y de sus decisiones, pero, por supuesto ello conlleva un compromiso más largo y accidentado que el de no votar o anular nuestro voto, en un solo acto.

La responsabilidad que tenemos para con el país y su desarrollo de quiénes gozamos de las condiciones para asumirla, va más allá de una elección, es constante, permanente y no se agota en el voto: nos corresponde impulsar y promover la cultura democrática; empujar hacia arriba la calidad de nuestra democracia y o quitarle los adjetivos o ponerle mejores de los que hoy tiene.


No excluyo a quiénes más preocupados deberían estar por ello, que son a quiénes como nación no hemos logrado darles niveles de vida dignos. Pero me parece frívolo, insensato e insensible exigirles lo mismo a los desiguales. También en las obligaciones cívicas habría que ser equitativos, en congruencia.

*Artículo publicado en el suplemento dominical Crítica del Diario NTR el 24 de mayo de 2015.


http://issuu.com/ntrmedios/docs/20150524/21?e=1048163%2F13067606

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