Antes del primero de diciembre: tres retos.
Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz
Andrés
Manuel López Obrador ganó las elecciones del primero de julio pasado con una
inusitada mayoría, que, desde mi punto de vista, se puede explicar por dos
elementos de ánimo (las democracias electorales son dominadas por el ánimo
popular, no discutamos el punto): una decepción bien ganada por el régimen, que
resultó transexenal, que parece haberse agotado y una esperanza, en no pocos
casos, desesperada.
Es
insalvable que la confianza sea correspondida con astucia y capacidad para
gobernar. Las primeras señales del equipo que gobernará con el Presidente
Electo, y las reacciones propias del mismo, no parecen hoy permitir esperar
mucho. Empezando por los garrafales errores de comunicación (justo uno de los
fuertes del equipo de López Obrador), la falta de pericia de su equipo, la
incongruencia de no pocos acompañantes en el barco político llamado Morena, y
terminando por la impericia de los Legisladores del presidente.
Uno de
los primeros frentes que tendrá que abordar el próximo Jefe del Estado mexicano
es lograr conformar, de ese archipiélago que hoy es Morena, un continente, cuya
sustancia sea una plataforma política que le permita convertirse en un partido
político más allá de su actual dimensión sultánica (remítase a Juan Linz) y con
ello evitar que las indisciplinas y autonomías relativas que hoy existen se
conviertan en una piedra constante en el camino por la consolidación de una
Presidencia fuerte (aspiración del Presidente López Obrador, pero también
ingrediente necesario para el éxito de las políticas de todo gobierno, con sus
limitantes democráticas y lejana en todo momento del autoritarismo).
El
segundo reto que se ve es abandonar la idea de la oposición y entender la
trascendencia de la posición actual que ocupa no solo López Obrador, sino la
órbita de actores que gravitan en torno a él. Es así como podremos entender que
una iniciativa, bien intencionada, con mucha racionalidad en todos los aspectos
y popular, como fue la de reducir las comisiones que la Banca cobra a sus
usuarios, haya pasado a convertirse en una idea de consecuencias innecesarias
antes de su discusión y en todo caso, implementación aún cuando se trate de un
ejercicio de autoridad (que no por ello debe, ni puede estar alejado al acto de
deliberación -Quim Brugué).
El tercero
será, sin duda, desprender al Presidente de su habitual concepción
unidimensional de las decisiones públicas. Dotarse a sí mismo de una nueva idea
de cómo interactúan los actores y no caer en una interesante reflexión de
Fausto Zapata (ex secretario de prensa de Luis Echeverría, ex senador y
operador de acuerdos de López Portillo, ex embajador y ex gobernador de San
Luis Potosí), en referencia a la decisión de JLP de nacionalizar la banca: La teoría del complot (una tentación
histórica para todos nuestros presidentes) resultaba conveniente porque velaba las incompetencias y simplificaba el
entendimiento de hechos complejos. Gracias a esa tesis López Portillo no necesitaba enfrentarse a sí mismo ni
entender parte de la responsabilidad que le correspondía. Solo tenía que
identificar traidores.
Si el
Presidente y su equipo logran entender que la narrativa de la oposición ya no
puede ser la suya y que la responsabilidad de los problemas que durante dos
décadas denunciaron es ya suya, que los mexicanos están hartos de salidas
simples y clichés, pues ya no les alcanzan para paliar sus necesidades, habrán
dado un primer paso en el rumbo correcto: hacer de la oportunidad encanto y no
decepción.
@CarlosETorres_
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