domingo, 15 de julio de 2018

Notas (críticas e instantáneas) sobre las 50 medidas de austeridad y anticorrupción de AMLO:

·         Notas (críticas e instantáneas) sobre las 50 medidas de austeridad y anticorrupción de AMLO:

a)   Los criterios que norman su redacción es el del prejuicio y la generalización, no sólo son criterios poco confiables sino que además tomar medidas basado en éstos, se simplifica de manera atroz y peligrosa la política pública.
b)   Ejemplo de la generalización sin sentido: no adquirir equipos de cómputo en el primer año ni vehículos es una medida que seguro entorpecerá el servicio público y la eficacia del mismo.
c)   Otro ejemplo: la reducción hasta la mitad del sueldo a aquéllos funcionarios que ganen más de 1 millón de pesos, provocará en los hechos que un servidor público que gane esta cantidad, gane ahora en promedio 35 mil pesos mensuales, contando los 60 días de aguinaldo, sin contar otras prestaciones; ello necesariamente traerá repercusiones a los subalternos, se ve difícil y hasta contradictorio que un colaborador gane más que un titular.
d)   En este mismo ejemplo, por la propia generalización no provoca equiparar nada: reducir a la mitad per se solo terminará afectando a los que ganan menos, es decir a los que se encuentran en el límite del millón de pesos anuales, no a los que está sobre los dos o tres millones de pesos, pues su reducción al 50% permitirá que éstos sigan ganando más de un millón de pesos, es decir, por sobre los 70 mil pesos mensuales.
e)   En la eliminación de lo que él llama "áreas replicadas", mencionó a "las contralorías", lo que podría contradecir la lógica y diseño del Sistema Nacional Anticorrupción, pues éstas "contralorías", son hoy los conocidos Órganos Internos de Control, se requiere precisión al respecto.
f)    Muchas de esas medidas (no asistir en estado de ebriedad o embriagarse en las oficinas o la prohibición del nepotismo) existen hace años en la normatividad.
g)   Casi todas, son medidas no articuladas, no parecen ser sino mensajes y no perfeccionan en sí el sistema actual de rendición de cuentas, sino que se anotan en renglones menores sin que gocen de la complejidad de política pública.
h)   Disminuir de manera drástica, general y prejuiciosa los ingresos de los servidores públicos podría afectar en la profesionalización de los mismos, pues aunque hay evidentes casos de abuso, no necesariamente todos se encuentran en este punto. El problema no es el ingreso, sino la calidad del trabajo que se realiza. Quizá abaratemos el coste del Estado, lo que no implica que de manera colateral mejoremos la eficacia del mismo.
i)    Otra evidencia de este prejuicio es la "obligatoriedad" de jornadas laborales extraordinarias para los servidores públicos de confianza, al recalcar el mínimo de 48 horas semanales (8 más que los sindicalizados) y seis días. Quizá le falte entender que el nivel "confianza", carece en muchos casos de días de asueto por sus propias funciones y en ocasiones se labora en domingos, más de 8 horas y en horas extras.
j)    Finalmente, algunas son endebles y habrán de dirimirse en los tribunales, el congreso y la práctica y necesidad misma. Ejemplo de esto último podría ser la reducción de salarios a integrantes de otros poderes (retroactividad), enfáticamente la Suprema Corte, el Poder Judicial en sí, y los órganos constitucionales autónomos, él mismo dejó abierta esta puerta en la conferencia de prensa. La simplificación en el mensaje podría resultar contraproducente a sus fines: confusiones y posteriores decepciones son peligrosas en este contexto de lo que pareciera ser la última oportunidad para la esperanza democrática.

Nota al margen: una buena noticia es la participación de la Oficina de Transparencia de la ONU, lo que llevará e mejorar el sistema de compras y licitaciones del Gobierno; también lo es el criterio de participación de empresas multinacionales a aquellas provenientes de los países con los controles más rígidos a la corrupción corporativa. 



martes, 3 de julio de 2018

Después del primero de julio.



Después del primero de julio.
Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz.

México se encuentra como nunca frente a su futuro, colmado de oportunidades democráticas, de esperanza social, pero también de incertidumbres y retos. El resultado histórico innegable del primero de julio trajo un ánimo de celebración a la sociedad en dos sentidos: el primero, de un ajuste a partir del instrumento clásico y más efectivo de rendición de cuentas, el voto, y el segundo, por una legítima expectativa de transformación social con un rumbo y visión diferente a la que, en la conciencia popular, ha guiado estos años la vida pública de México. Sin embargo, también nos enfrentamos a un cúmulo inherente de incertidumbres, las propias que caracterizan a la democracia y las de una opción cuyas formas, dinámicas y objetivos, apenas se alcanzan a visualizar, desde diferentes perspectivas, no pocas veces disonantes entre ellas, incluso contrapuestas y no tan claras como se acostumbraba en anteriores sucesiones.

Todos los retos que se visualizaron en la campaña siguen pendientes, salvo quizá la reacción antidemocrática. La tarde y noche del primero de julio, México demostró ser una democracia en formación de demócratas consistentes y convencidos. Nuestras instituciones funcionaron a la altura de los sistemas constitucionales democráticos más acabados del mundo y no hubo regateo alguno a los resultados, de por sí abrumadores. Tendremos que hacernos cargo de la desigualdad, de la lucha contra la corrupción y la violencia, con nuevos elementos en el horizonte: una nueva relación de equilibrios y contrapesos en los poderes de la unión, las autonomías y soberanías constitucionales. El proyecto ganador, dejó de ver durante toda la campaña una visión anterior a la que hoy existe en nuestro sistema político al respecto y la elección trajo consigo una mayoría legislativa absoluta a la coalición encabezada por Andrés Manuel López Obrador.

Es deber democrático de todos los mexicanos reconocer la victoria del líder social que hoy es Presidente Electo, y también es obligación de una ciudadanía libre, moderna y comprometida, acompañarlo leal y críticamente, vigilarlo y respaldarlo, según sea el caso y de acuerdo a nuestras convicciones y filiaciones partidistas, ideológicas e intereses.  Esta tercera alternancia, para muchos (incluido yo mismo), la confirmación faltante de la consolidación de nuestra democracia, debe llamarnos al ejercicio de ciudadanía, como antes, como siempre. Hay que evitar permisos para excesos, pero también los obstáculos innecesarios. La oposición habrá de enfrentar la  no muy sencilla tarea de equilibrar sus posicionamientos a riesgo de cargar con el reproche popular y desaparecer del escenario, circunstancia potencial que a nadie conviene, ni siquiera al propio Presidente.

Dejemos fuera los temores y resolvamos los pendientes. La mejor manera de evitar que pase lo que nadie desea, es en la labor cotidiana, permanente, responsable y transparente a favor de nuestra democracia. Defendamos a las instituciones en su esencia, reformemos el sistema en sus fallas, fortalezcamos sus virtudes y ampliemos nuestras ambiciones, como país nos lo merecemos todos.

No puedo dejar de congratularme por quiénes han hecho un esfuerzo histórico, de vida, congruente, de resiliencia y resistencia por lo que hoy ven cumplirse. Provengo del aprendizaje de muchos de ellos. Enhorabuena, hagan de la poesía de sus protestas política e historia. A quiénes desde enfrente hoy asumimos un nuevo rol, nos queda la experiencia del poder del voto. La rendición de cuentas, tan esperada, tan anunciada y tan negada por lo que hoy la celebran, está aquí, aprovechémosla todos. Llegó la hora.

Cierro: como lo anuncié, no voté por López Obrador. Contará con mi lealtad como ciudadano crítico, analítico, en favor y en contra de muchas de sus posiciones e ideas, pero sobre todo, tiene mi confianza prestada. Sí coincido, no le escatimaré reconocimiento, si disiento no faltará mi voz, aún en el desierto.


@CarlosETorres_



Antes del primero de julio.

Antes del primero de julio


Es quizá por nuestro pasado, lejano y cercano, que hemos aprendido a fincar demasiadas esperanzas en la figura Presidencial, cúspide de nuestro sistema político, aún cuando en los últimos cuarenta años hemos venido transformando dicho sistema a razón de, justamente, restarle margen de decisión,maniobra y control a quién encabece el Poder Ejecutivo Federal (e igual en los Estados, en donde arrancó la transición democrática).

Este domingo, además, acudimos al más importante y trascendente proceso electoral de nuestra historia, aún antes de cualquiera que sea su resultado: como nunca elegiremos representantes y autoridades de los tres niveles de gobierno en el que se organiza nuestro Estado Federal, y como nunca, existen condiciones para que por primera vez en la historia una opción, formalmente de izquierda, resulte triunfadora… en casi todos los escenarios.

A diferencia de muchos compañeros de filiación ideológica yo sí creo que es justificable e incluso deseable que la ciudadanía vote con el ánimo de desencanto, hartazgo y malestar social que es innegable, lo creo por el simple hecho de que es la más clásica y rotunda vía de rendición de cuentas en toda democracia que se precie de serlo. Coincido sí, en que estas condiciones son sumamente peligrosas para el propio sistema y que alimentar esperanzas de una transformación social histórica, en momentos tan complejos de la vida pública e incluso del ámbito internacional, es una irresponsabilidad que podría profundizar más la desconfianza de la ciudadanía en la política, la democracia, las instituciones y el Estado mismo. Hay una franca ligereza hacia la demagogia y el simplismo, ambos reconocidos en el adjetivo electoral del “populismo”.

Antes del primero de julio es justo saberlo: la Presidencia de la República, aún con todas sus fortalezas, no es lo que alguna vez fue. La transformación constitucional e institucional que justo hoy permite a una opción ser la favorita, desarticuló gran parte de los poderes con que solía gozar esta instancia del poder en México y hoy, cuando menos en teoría, nos aproximamos a una órbita de poderes, órganos autónomos y niveles subnacionales de gobierno, con amplias facultades y mecanismos para restringir las posibilidades de decisión y acción del Poder Ejecutivo.

El país tiene más retos de los que puedan resolverse en seis años. Dar un viraje hacia los años 70s o aún antes, solo nos pondrá más lejos de las soluciones. Si bien es legítimo, entendible e incluso, puede haber coincidencia, en que el modelo económico no ha permitido disminuir la brecha de desigualdad que separan tan drásticamente a unos mexicanos de otros, tampoco es dable conceder en una añoranza a tiempos en los que más lejos nos encontrábamos de los remedios contra los otros dos grandes males de nuestros tiempos, que en mucho contribuyen al primero: la corrupción e impunidad y la ausencia de una cultura institucional, social e histórica de respeto a los derechos humanos.

De todos los discursos, éste fue el que más grave me pareció y en el que mayor atención pusimos todos. Los liberales, cargados de la soberbia del fin de la historia y del cálculo político, estamos acudiendo a una derrota peligrosa más allá de nuestra visión de México y el contexto. Fuimos incapaces de construir una vía, no hay en la boleta un solo expositor sin ambages del liberalismo.

Es momento de una definición pública: mis causas son públicas y conocidas. La mejor propuesta que escuché en toda la campaña para combatir la corrupción fue la de José Antonio Meade: fortalecer al Sistema Nacional Anticorrupción con la participación del Instituto Nacional Electoral y el Sistema de Administración Tributaria, permitiría que el SNA cuente con las suficientes herramientas para golpes a dos estímulos permanentes que permiten el círculo perverso de la corrupción política, la más preocupante de todas: el enriquecimiento ilícito y el lavado de dinero, así como la inyección de recursos públicos a las elecciones para control político y complicidades transexenales. Por eso, votaré por él. También estoy preocupado, irritado y decepcionado por los escándalos de corrupción, por la imparable violencia, pero no encuentro en las opciones alternas a ésta soluciones, sino reclamos sin fondo.

Anaya nunca me convenció, ni su alianza, cuya pluralidad nunca terminó de concretarse ni de limitarse para darle coherencia. He escrito más al respecto en estas páginas.

De López Obrador, tengo tantas reservas como las que he expresado reiteradamente en este espacio de libertad. Tiene hoy posibilidades arriba del 90% de llevarse la elección el próximo domingo, según el sitio concentrador de encuestas Oraculus. Logró convertirse en un movimiento social a partir de los errores de sus adversarios en los últimos doce años, más que de aciertos suyos. No veo, salvo una sorpresa que podría resultar contraproducente al ánimo post-electoral, que caiga de esa posibilidad. Antes del primero de julio, que quede claro: las transformaciones sistemáticas voluntaristas no existen, y lo que más se aproxima, no suele ser tan encantador: autoritarismo, absolutismo o dictadura.

Sobre todos pesan dudas legítimas, reclamos y exigencias. No soy omiso,mas me responsabilizo, y cabe enfatizar: un voto no nos aleja de un ideal de país, nos acerca con todo y nuestras naturales diferencias. ■


@CarlosETorres_